El destino, si es que existe, me hizo acabar viajando dentro de un reciclado Playmouth monovolumen que tres chicos habían comprado por 450$ en Nueva Orleans. A ellos los conocí unos días antes de que se fueran del almacén ocupado dónde vivíamos juntos.


Salieron de Nueva Orleans en dirección a la costa de California y en el trayecto, Nick, el más hábil de los tres se quedó en el calabozo del Condado de Travis, en Texas, después de una trifulca con la policía. 


Yo les había perdido la pista en Luisiana, pero me encontré con ellos mas adelante, en Las Vegas, Nevada.


El reencuentro fue en el momento mas oportuno. Había llegado a Las Vegas con poco dinero y había dormido dos noches en el sofá de un fotógrafo local, llevaba todo el día sentado en un banco y tenía un dolor insoportable en un pié que no me dejaba andar mas de unos metros sin parar. Estaba buscando una casa donde quedarme o un transporte para salir de allí.


En el coche llegaban los otros dos viajeros que había conocido en Nueva Orleans, Puki y Jo. Y un autoestopista de unos 55 años que venía con ellos y todo el tiempo decía “Life is good”. Se llamaba Russel, lo habían recogido en el Gran Cañón y se había acomodado con ellos.
Nos quedamos a las afueras de la ciudad tres noches más, en una casa de amigos de amigos. Después viajamos a Los Angeles, pasando por todos los casinos que nos encontramos. En los Angeles, tuvimos una noche de fiesta, donde bebimos hasta el amanecer y por la mañana pusimos rumbo a Arizona.

En el camino abandonamos a Russell, el autoestopista, pero recogimos a cuatro chicos mas con tres perros y mochilas.


El Plymouth nos llevó hasta un pueblo llamado Quarzsite, en Arizona, donde nos adentramos en el desierto. Allí fueron unos días de retiro espiritual y psicodélica, en medio de unas montañas de cuarzo. Hasta que el destino, quiso que Puki y Jo se se marcharan con el coche, así que me quedé allí con otra gente que había ido a lo mismo, era un encuentro para viajeros sin destino que no tenían otro sitio donde pasar la navidad.


Busqué otro transporte y seguí hacía el oeste, con Dunn y John, unos chicos que me llevaron a su casa en un viejo Land Cruiser del 73. Vivían en Palm Desert, donde pasé unos días con alguna gente que había estado también en el encuentro del desierto y descansaban en casa de Dunn antes de salir en dirección a Mexico. Ellos mismos se llamaban los nuevos "dirty kids” americanos que huían de babilonia.


Llegué a la casa un par de días después de navidad y me fui el día dos de enero. A pesar de haber estado en la costa del Pacífico por unas horas, el Playmouth me había llevado de nuevo tierra adentro, así que salí a recorrer el camino andado, de vuelta al Pacífico o a donde me quiera el destino.

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